EL OTRO YO
DE SIMÓN PTOLOMEO
Escrito por:
©Enrique Santiago
PRESENTACIÓN
El presente guion es una adaptación
de una tira cómica creada por un caricaturista argentino de la primera mitad
del Siglo XX llamado Guillermo Divito, la que fue publicada posteriormente,
décadas después de su muerte, en el diario El Nacional de Venezuela, siendo una
de las más disfrutadas por quien escribe. La tira llevaba por título: “El otro
yo del Dr. Merengue” y consistía solo de dos cuadros. El personaje tenía una
doble identidad, la primera constaba del individuo real, formal, decente,
amable, intachable y de pocas palabras; pero la segunda faceta o alter ego del protagonista era una
especie de ser fantasmal que criticaba y se burlaba de todo con la más cruda
crueldad, pues se trataba en sí del otro yo que buena parte de las personas
también llevamos dentro, pero que por pura prudencia no nos atrevemos a
manifestar.
Las anécdotas que aparecen en el Acto
IV son historias originales de quien escribe, no necesariamente son un plagio
de las que publicó Divito. Lo único extraído de dicho autor es el
comportamiento del doble personaje, que en este caso lleva un nombre distinto:
Simón Ptolomeo. El momento histórico también es diferente, puesto que para la
época de Divito no existía, por dar un ejemplo, el teléfono celular. El país
pudiera ser cualquier nación de América Latina, puesto que en algunas escenas
salen a relucir ciertos problemas típicos del mundo subdesarrollado. En total,
mediante esta obra se le hace un pequeño homenaje a aquel artista argentino.
Es importante señalar que la conducta
de este doble personaje tiene cierta similitud con la historia escrita por
Robert L. Stevenson: “El extraño caso del Dr. Jekyll y el Sr. Hyde”, donde
observamos el marcado antagonismo entre el hombre de bien y el hombre rústico o
macabro que no controla las emociones. Incluso nos hace recordar la historia
narrada en “Magic”, del escritor William Goldman, cuyo protagonista es una
presa viviente de las ideas malignas de su marioneta. Aunque la diferencia, en
nuestro caso, es que Simón Ptolomeo se mantiene casi siempre inerte ante las
ocurrencias de su otro yo, a excepción del último momento del Acto IV.
PERSONAJES
Desde el Acto I hasta el III:
Simón Ptolomeo: Hombre de mediana
edad, de unos 50 años, de buena apariencia, impecable, culto, ingeniero y
científico.
El Otro Yo: Contraparte de Simón
Ptolomeo, ser inmaterial, su expresión facial corresponde a la de un psicótico;
su aspecto es la de un borracho; su voz es estridente y penetrante.
El padre de Simón: Hombre cuarentón
de buen aspecto.
La madre de Simón: Mujer treintañera,
hermosa y elegante.
Simón niño: Infante de unos seis años
de edad.
En el Acto IV, además de Simón y su otro yo:
Un borracho.
Un hombre de baja estatura y su novia
alta.
Una pareja con un grupo de ocho
niños.
Una chica paseando una mascota.
Un par de cantantes callejeros: Con
aspecto de indigentes, barbudos; interpretan una canción titulada “Amorcito
Corazón”; clásico bolero mexicano de los
que nunca pasan de moda; fue escrita por Manuel Esperón y Pedro De Urdimales en
el año 1949; y fue interpretada originalmente por una de las grandes voces de
aquella época: Pedro Infante.
Una chica sexy de senos extra
grandes.
Una pareja: Un supuesto jugador de
baloncesto con su novia chaparra.
Una vidente: mujer joven vestida de
gitana, con falda larga, una pañoleta en la cabeza, con collares y pulseras
brillantes, lleva una bola en las manos donde supuestamente lee el pasado y el
futuro.
Un ratero.
Un agente de policía
Otros: Algunos transeúntes que pasan rápido
al frente de Ptolomeo, sin que estos llamen
la atención de su otro yo.
ACTO I
Se ve un escenario simple, sin nada
al fondo ni a los lados.
SIMÓN (mirando
hacia el auditorio). Mi historia y la de mi otro yo surgen al mismo tiempo. Al
principio yo vivía solo. Mi otro yo y mi persona estábamos unidos en un mismo
ser. En verdad les digo que lo que más predominaba de mí era mi otro yo. Él era
el que más hablaba. Yo era de esos chicos que no dejan de hablar. Parecía un
perico borracho. Me era difícil pensar sin hablar. Pero todo cambió a raíz de
un castigo. Me castigaron por lenguaraz. Como buen niño impertinente no medía
mis palabras. Lamentablemente no nacemos sabios, no nacemos tan cautos o
prudentes. Los sabios de antaño decían: piensa dos veces antes de hablar. Pero
eso me costaba. Me regañaban por aquí o por allá, en mi casa y en la escuela,
pero nada. Mi lengua se negaba a estar tranquila. Hasta que llegó el día en que
ese otro yo se separó de mí como si fuera una especie de fantasma hablador,
impertinente, burlón y cruel. Se separa de mí y hace de las suyas en muchas
ocasiones. A veces casi me hace reír, pero la mayor parte del tiempo me causa
pena y remordimiento. Véanlo allí. (Aparece el otro yo de Simón). Véanle la
pinta y la cara de loco que tiene. Parece un indigente, un vulgar psicótico.
EL OTRO YO (riendo).
Sí, Simón Ptolomeo, sí. Parezco un loco. Pero no soy más que el 50% de tu
esencia, de tu verdadera realidad. A través de mí se manifiesta lo más creativo
de tu ser. Tal vez soy demasiado cruel, pero soy demasiado sincero. No tiendo a
ser santo. Los santos me aburren. Los principios bíblicos se me asemejan a una
barrera de alambres de púas. ¿Amar al prójimo como a ti mismo? (Se ríe). No,
no. Ese no es mi estilo. Lamentablemente, cuando doy un vaso de agua en el acto
estoy pensando qué voy a pedir a cambio. Este otro yo es muy débil ante los
aspectos materiales de la vida común. Busco en las personas motivos para la
crítica o la burla. A las mujeres las veo como objetos de placer o como seres
de entretenimiento. A los abusadores jamás les alabo; al contrario: les exalto
las porquerías que salen de sus acciones. Mientras que a los mansos e ingenuos
lo que más me provoca es caerles a palo. Mi contraparte, por ejemplo (señalando
a Simón), es un sujeto manso con el que no comparto muchas ideas.
SIMÓN. Pero tu
naturaleza inmaterial te hace inofensivo. Puedes intentar cualquier cosa en
contra mía, pero nada me hará daño. En cambio, de mi parte, yo si tengo el
poder de eliminarte. Basta con poner un poco de voluntad como para no volverte
a ver, o lo que es mejor aún: para no volver a escuchar tu horrible voz más
nunca en mi vida.
EL OTRO YO (riendo).
Es lo mismo que me has repetido muchas veces a lo largo de tu existencia. Ya
eres un hombre maduro, de mediana edad que vas rumbo a ponerte viejo, y hasta
ahora noto que no has logrado tu cometido. Sospecho que sin mí te sentirías
solitario y aburrido. Si me eliminas, me imagino que tu hora estará más cercana
que nunca. Recuerda que muchas de las ideas que
favorecieron tus empresas salieron desde este servidor.
SIMÓN. Y una
retahíla de metidas de pata también surgió de tu cabezota. Porque también he
sido bueno cosechando remordimientos.
EL OTRO YO. No
te quejes tanto, Simón Ptolomeo. ¿Para qué lamentarse a estas alturas?
SIMÓN. No
tienes escrúpulos. Los seres insensibles no se arrepienten de sus actos
injustos.
EL OTRO YO. A
estas alturas no pretendas convertirte en un San Francisco de Asís. No te
imagino como un hombre sombrío de los que van a misa todos los días. Creo que
eso no va con tu forma de ser. A fin de cuentas eres un ingeniero, un
científico brillante. No dejas de sentirte feliz cuando le sacas jugo a tus
proyectos. El principio que mejor va contigo es el que dice: Por la plata baila
el mono. Siempre te lo he dicho.
SIMÓN. Basta
ya de tus palabrerías. Te estás poniendo viejo al igual que yo y no dejas de
ser el mismo. Eres un necio empedernido. Menos mal que eres tan solo una
ilusión, un fantasma al que yo solo puedo ver y escuchar.
EL OTRO YO. Está bien. Como digas. Me mantendré
tranquilo. Pero solo será hasta el instante en que llegue una nueva
oportunidad. (Se retira).
ACTO II
Hay una sala con algunos muebles. El
padre de Simón Ptolomeo (el niño) está sentado leyendo el periódico. Entra la
esposa con una tasa de café.
LA MADRE.
Bébete un cafecito, mi amor.
EL PADRE.
Gracias, querida.
LA MADRE (sentándose).
Simón está a punto de llegar de la escuela.
EL PADRE. Sí.
Ya no tarda.
LA MADRE. A
veces me preocupan las conductas del niño.
EL PADRE. Es
su forma de ser. Llegarán los días en que será una persona normal. Sin
problemas para él ni para los demás.
LA MADRE. Ayer
en la reunión de representantes de la escuela la maestra me echó unos cuentos
que me dieron vergüenza.
EL PADRE. ¿Qué
te dijo?
LA MADRE. La
maestra le preguntó por qué le costaba tanto aprenderse las letras, que por qué
de las vocales se sabía apenas la O y la U. Entonces el chico le respondió que
esas eran las letras que más gritaba yo cuando me encerraba en el cuarto
contigo. Y dizque imitó mis gritos: ¡Oh! ¡Uh! ¡Oh! ¡Uh! ¡Oh! ¡Uh!
EL PADRE.
¡Miércoles!
LA MADRE. La
próxima vez acudes tú a la reunión. Vamos a ver si nos repartimos las penas. (Pausa).
Pero el cuento más grotesco fue el que me contó luego.
EL PADRE.
¿Cuál?
LA MADRE. La
maestra hizo preguntas sobre los hobbies de los familiares de los chicos. Le
preguntó al niño: “A ver, Simón, ¿qué es lo que más le gusta hacer a tu padre?”
Y el chico le dijo: “Una de las cosas que más le gusta hacer es agarrarle el
trasero a la cachifa cuando mi mami no está en la casa”.
EL PADRE (se
levantó escandalizado). ¡De verdad que a esa criatura hay que ponerle un buen
castigo un día de estos!
LA MADRE.
¿Sería cierto lo que le dijo a la maestra?
EL PADRE. De
ninguna manera. ¿Cómo voy a estar abusando de la mujer de servicio? De hecho es
una mujer un tanto mayor que yo y tiene su esposo. Debe ser que el niño se
confundió al verme junto a ella.
LA MADRE. Los
niños generalmente son sinceros. Ten cuidado de brindarle malos ejemplos. Él ya
está asomando algunas conductas reprochables, más si tú le ayudas a que se
complique, su futuro podría resultar patético.
Suena el timbre de la casa.
LA MADRE.
Parece que ha llegado. (Abre la puerta y entra el niño).
SIMÓN. Buenas
tardes, padres.
EL PADRE (en
coro junto a la mujer). Buenas tardes. ¿Cómo te fue en el día de hoy, Simón?
SIMÓN. Me regañaron
porque aún no logro aprenderme todas las vocales. Apenas identifico la O y la U
y eso se debe a que…
LA MADRE.
Okey, okey. No es necesario que lo expliques. Tenemos que ayudarte para que
superes ese escollo. El aprendizaje es una cosa de poco a poco.
EL PADRE. ¿Y
qué te enseñó hoy la maestra?
SIMÓN. Nos
enseñó casi todo porque fue al salón con muy poca ropa, con una blusita y una
faldita de poca tela.
LA MADRE. ¿Y
por qué te fijas en esas cosas? Si apenas eres una cría.
SIMÓN. Es que
no puedo hacer otra cosa. Ella se para al lado del pizarrón y uno tiene que
mirarla.
EL PADRE (disgustado).
Los gerentes de las escuelas deberían establecer reglas sobre cómo deben ir
vestidas las maestras.
SIMÓN. Y
figúrate, papá, que mi amigo pepito se le acercaba a escondidas por detrás y le
miraba por debajo. Después me dijo: “No se le ven los pelos. Parece que hace
como mi madre que usa una afeitadora y la lleva siempre peladita”.
LA MADRE. ¡Qué
horror, hijo!
EL PADRE.
¡Muchacho impertinente! Te fijas en cosas como si fueras un adulto. Y ahora
andas con malas juntas en tu escuela. Ya me cansé de tus groserías. Hacía
tiempo estaba pensando en castigarte. Así que dentro de un rato te daré unos
azotes y te vas a estar todo el día de hoy y de mañana encerrado en tu cuarto
sin ver televisión ni internet ni nada de eso.
SIMÓN. Pero,
papá… (La mamá le tapó la boca con la mano como para no complicar la
situación).
EL PADRE. Anda
ya para tu cuarto. Yo vigilaré tu castigo el resto de este día y todo el día de
mañana. Y no tendrás chucherías, por si acaso.
El niño se retira.
LA MADRE. No
le vayas a azotar. Basta con la reclusión de hoy y de mañana y con las
restricciones acordadas. Cualquier tipo de castigo duele. Los castigos pueden
ocasionar traumas, muros que sellan un antes y después en las vidas de las
personas.
EL PADRE. Está
bien, no le azotaré. Las pocas veces que le he azotado creo que me ha dolido
más a mí que a él mismo. No sé. Quizás el confinamiento obligado le sirva para que sea más prudente a la hora
de afrontar las cosas normales de la vida. Es por su bien. A fin de cuentas,
¿qué persona habrá en el mundo que se haya manejado de forma perfecta a lo
largo de toda su existencia? Quizás nadie.
ACTO III
Vuelve el escenario vacío, sin
muebles ni nada. Aparece el Simón Ptolomeo adulto nuevamente.
SIMÓN (mirando
al público). Así fue como nació mi otro yo. Justo en ese día triste y feo.
Aquel día que había amanecido haciendo un calor horrible. Quizás por eso fue
que a mi maestra se le ocurrió ir a trabajar medio vestida. Yo era un chico de
unos 6 años que ni sabía leer aún, pero que me fijaba en muchas cosas. Siempre
fui un curioso enfermizo, y por eso fue que me convertí en científico, muy a
pesar de que al principio fui lento en la escuela. Pero por ese castigo se
produjo esa separación entre mi persona y mi otro yo. Fue terrible: dos tardes
sin salir a jugar al frente con mis amiguitos; un día y medio sin ver mis
programas favoritos de TV, sin NatGeo Wild, sin Animal Planet, sin Cartoon
Network; y lo peor aún, sin comer mis bolsas de papas fritas y cacahuates. ¿Y
saben ustedes qué cosa le iba yo a decir a mi padre cuando mi madre me tapó la
boca? Le iba a decir que él también merecía ser castigado de alguna manera por
andar en sus cosas de adulto que yo intuía no eran tan decorosas; y si no
hubiera sido por mi mamá yo le hubiera recordado que él hacía poco había dejado
el telescopio apuntando hacia la ventana de uno de los edificios del
vecindario. Mi curiosidad de niño me hizo mirar a través de aquel artefacto y
vi a una mujer en pelota. En fin, mi padre era un maniático sexual. Pero lo
mejor fue que no dije nada porque ahí sí me hubieran asestado unos cuantos
correazos.
ACTO IV
El escenario es en la acera de la
calle. Al lado de la puerta del local se observa un cartel portátil que dice:
“Restaurant La Rica Arepa. Menú del día…” Pasan por allí de vez en cuando uno
que otro peatón en ambas direcciones. Aparece en escena Simón Ptolomeo y toma
su teléfono móvil.
SIMÓN. Aló,
hijo. ¿Cómo estás? Mira, por favor te quería pedir el favor para que me vengas
a buscar por acá en la esquina cercana al dentista. Fue que mi carro hoy se
negó a encender. Me vine en bus, pero me bajé de allí hediondo a meados, sudor
y sobaco. Además, un malandro me estaba metiendo la mano en el bolsillo. ¿Cómo
dices? No, no me puedo ir en taxi porque justo hoy los taxistas entraron en
huelga debido a que el gobierno les quiere limitar las tarifas. ¿Qué vienes en
media hora? Okey, hijo, yo te espero.
Suena el repique de un tambor.
EL OTRO YO (saliendo
desde atrás del cartel y arrebatándole el celular a Simón). ¡Espero que esa
media hora no se vuelva un par de horas como la otra vez que andabas con tu
suegra en un motel! (Devuelve el celular y regresa a esconderse detrás del
aviso).
Se acerca un individuo visiblemente en
estado de ebriedad.
EL BORRACHO.
Doctor Ptolomeo, ¿cómo está usted?
SIMÓN. Bien,
gracias, señor Pérez. ¿Cómo le va?
EL BORRACHO.
En verdad, me va bien porque hoy me pagaron el sueldo. Aunque lo lamentable es
que buena parte de la plata ya se me fue en la celebración del hecho.
SIMÓN. ¿De
cuál hecho?
EL BORRACHO.
Del hecho de que me pagaron.
SIMÓN. Te veo
en mal estado. Deberías irte ya para tu casa. Por ahí hay mucha gente mala que
podría rasparte la billetera.
EL BORRACHO.
No. Tranquilo, doctor. Mi cartera la llevo aquí atrás bien asegurada (Se palpa
los bolsillos traseros, los delanteros y los del saco). Dios mío, ¿dónde habré
dejado la billetera? (Se volvió a revisar por todos lados). Parece que la perdí
o me la rasparon las mesoneras del bar.
SIMÓN. Mi consejo
te llegó demasiado tarde. Pero vete ya para tu casa, no vaya a ser que te
quedes tirado por ahí.
EL BORRACHO. Y
lo malo es que vivo a diez cuadras de aquí. Bueno, doctor. Ha sido un placer
(se retira caminando a duras penas).
Suena un saxofón y aparece otra vez
el otro yo.
EL OTRO YO (al
borracho). ¡Mamerto, si logras caminar media manzana te voy a recompensar con
10 dólares! (Y dice cantando:) “De piedra ha de ser la cama, de piedra la
cabecera”. (Se esconde detrás del cartel).
Pasa una pareja dispareja: un enano
con su novia que casi le dobla la estatura.
LA NOVIA.
Mañana es tu cumpleaños, mi amor. ¿Qué te gustaría que te diera de regalo?
Repica el tambor y aparece el otro
yo.
EL OTRO YO.
¡Preciosa, cómprale un par de zancos para ver si el tipo te combina mejor!
Aparece otra pareja junto a una fila
de ocho niños. La mujer luce en estado avanzado de preñez.
EL ESPOSO.
Apúrense niños. No se queden atrás.
LA ESPOSA.
¿Vienen completos?
EL ESPOSO. Sí.
Ahí están los ocho.
Suena el saxofón.
EL OTRO YO. ¡Mira,
padrote, anda comprándote un televisor pantalla grande y te subscribes a
Netflix para ver si te entretienes en otra actividad!
Pasa una chica con un perro gran
danés.
LA CHICA (a la
mascota). Por aquí no lo hagas, Scooby. Mira que por este lado pasa mucha
gente.
Repica el tambor.
EL OTRO YO. ¡Sí,
Scooby, vas a tener que respirar profundo y contener las ganas, porque si lo
haces aquí te puede caer una lluvia de piedras! Miren que este perro por su
tamaño debe echarse unos adornitos de unos cinco kilos cada uno.
Se acerca un par de cantantes con
aspecto de indigentes. Uno lleva una guitarra y otro un par de maracas.
MÚSICO 1.
Vamos a pararnos aquí para ver si tenemos suerte. (Coloca el sombrero en el
piso para colectar las propinas).
MÚSICO 2 (una
mujer hermosa pasa al frente ellos y ambos suspiran). Uno, dos, tres. (Suenan los
instrumentos y cantan).
Amorcito
corazón
Yo tengo
tentación de un beso
Que se brinda
en el calor
De nuestro
gran amor, mi amor
Yo quiero ser
un solo ser
Un ser contigo
Te quiero ver
en el querer
Para soñar
En la dulce
sensación
De un beso
mordelón quisiera
Amorcito
corazón
Decirte mi
pasión por ti
Compañeros en
el bien y el mal
Ni los años
nos podrán pesar
Amorcito
corazón
Serás mi amor
En la dulce
sensación
De un beso
mordelón quisiera
Amorcito
corazón
Decirte mi
pasión por ti
Compañeros en
el bien y el mal
Ni los años
nos podrán pesar
Amorcito
corazón
Serás mi amor
SIMÓN (les
aplaude) ¡Bravo, bravo! (Les coloca una moneda en el sombrero).
Repica el tambor.
EL OTRO YO.
¡Les estoy dando un dólar para que se larguen lejos de aquí con ese tal amorcito!
¡Porque ustedes huelen a burro muerto! ¡Vayan a báñarse!
MÚSICO 2.
Mejor vámonos hacia otro lugar. (Se retiran).
Pasa una chica de senos exuberantes
con una blusa de poca tela.
LA CHICA (a
Simón). Buen día, señor.
SIMÓN. Buen
día.
LA CHICA.
¿Sabe usted donde queda la tienda de ropa?
SIMÓN. Sí.
Está en la próxima esquina (le señala con el dedo).
LA CHICA.
Gracias. Es porque leí un anuncio en la prensa donde solicitan vendedoras.
SIMÓN. Sí.
Hace rato vi un aviso en la vidriera. Vaya usted.
LA CHICA.
Muchas gracias. (Se retira).
Suena el saxofón.
EL OTRO YO.
¡Mira, ricura, mejor te vienes a mi negocio porque estoy solicitando una vaca
para el ordeño! (Se ríe).
Pasa otra pareja dispareja. Un moreno
muy alto con pinta de basquetbolista y la novia que quizá le llegue a la
cintura.
EL HOMBRE. No
he logrado encontrar unos calcetines de mi talla.
LA NOVIA. Ten
paciencia, mi amor. Las tallas grandes siempre son escasas.
Repica el tambor.
EL OTRO YO.
¡Dile a tu novio que mientras tanto va a tener que usar un par de sacos de
harina en sus patotas!
Entra en escena una mujer vestida
como gitana con un cartel en el pecho que dice: “Vidente ambulante”. Lleva en
sus manos una especie de bola de cristal.
VIDENTE.
¡Consulte su futuro tan solo por 30 centavos! ¡Barato! ¡Sepa su futuro por
adelantado! (Saluda a Simón:) Buenos días, caballero.
SIMÓN. Buen
día, señorita.
VIDENTE.
¿Quiere que le lea su futuro?
SIMÓN. No,
gracias. No creo en esas cosas.
VIDENTE. Pero
le puedo hacer una prueba gratis.
SIMÓN. No, no
estoy interesado.
VIDENTE.
Observo que usted posee un doble espíritu.
SIMÓN. ¿Cómo
así?
VIDENTE. Usted
es algo así como dos personas en una.
SIMÓN. Eso no
es posible. Y no creo en la videncia.
VIDENTE. Le
voy a decir algo de su pasado cercano para que se convenza (frota la bola de
cristal que lleva en las manos). Mire lo que veo aquí: usted ayer tenía montada
sobre las piernas a su secretaria mientras le daba ciertas instrucciones. Usted
le daba besitos y le acariciaba por allá abajo.
SIMÓN. ¡Basta
ya! Le voy a dar una propina para que se aleje de mí, por favor (le entrega un
billete).
Suena el saxofón.
EL OTRO YO.
¡Apreciada brujita, no te vayas sin antes darme los números de lotería para
esta tarde!
VIDENTE (al
otro yo). No soy ninguna brujita, y tampoco puedo adivinar los números de la
lotería. Si pudiera hacerlo no andaría por las calles haciendo el ridículo.
SIMÓN (a su
otro yo). Primera vez que alguien te ha podido ver y oír. La vida no deja de
darnos tantas sorpresitas.
Llega un hombre joven con gorra y vestido
de negro que mira inquieto hacia los lados. Al ver que no pasan personas saca
una pistola y apunta a Simón.
EL RATERO. ¡Manos
arriba!
SIMÓN (asustado).
¿Qué, qué pasa, amigo?
EL RATERO. Yo
no soy su amigo. Deme su billetera, rápido. Deme su celular y el anillo que
lleva puesto.
SIMÓN. Pero,
si es mi anillo de bodas. Tengo veinticinco años de casado.
EL RATERO. Me
importa un carrizo si tiene mil años de casado. Rápido, deme todo eso, si no
quiere que le dé un plomazo en la frente.
SIMÓN. Está
bien. Tome todo lo que pide (le entrega).
EL RATERO. Si
me llega a reportar en la policía, mi pandilla podría pasarle factura.
¿Entendido?
SIMÓN. Okey.
Tranquilo.
Repica el tambor.
EL OTRO YO (al
ladrón que se retira). ¡Mira, carnal, le dices a tu madrecita que se tome unos
cuantos selfies con mi celular y que me
los mande al número de mi esposa! ¡No te olvides!
Luego pasa un policía.
EL AGENTE.
Buenos días, señor.
SIMÓN (secándose
el sudor de la frente con el pañuelo). Buen día.
Suena el saxofón.
EL OTRO YO. ¡A
buena hora que llegas, inútil! ¡Camina más rápido que el caco cogió por allá!
(Señalando). ¡Apúrate, porque ese celular es de los más caros, menso!
SIMÓN (pensando
en voz alta). No me queda de otra. Tendré que irme a pie a mi casa. Mi hijo ya
no vino a buscarme y en mis bolsillos no quedó ni un centavo.
Repica el tambor.
EL OTRO YO.
Mira, Simón. Te sugiero que te pongas a cantar para ver si te dan algunas propinas.
Puede ser que con eso reúnas para pagar el bus hasta tu casa.
SIMÓN.
¡Maldito burlón! (Tomó el cartel y golpeó a su otro yo en la cabeza).
EL OTRO YO
(después de unos segundos desmayado). Creo que me has hecho daño. (Simón le
volvió a golpear).
SIMÓN. Te
llegó la hora, metiche. Aunque no estoy seguro, porque eres igual que un
fantasma. (Se retira).
EL OTRO YO
(tendido en el piso). Sí. Anda tranquilo, Simón, porque has logrado terminar
conmigo. (Le da una tembladera y estira las piernas).
FIN
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