INTRODUCCIÓN
La presente historia se desarrolla en el patio de una casa de vecindad;
tipos de viviendas muy comunes en las ciudades grandes de América Latina.
Saulo, el personaje central, se dedica a pensar en voz alta y se da cuenta que
mudarse de una vecindad a otra es buscarse casi siempre los mismos problemas,
ya que la gente tiende a comportarse de forma parecida en todas partes. A lo
último llega a la conclusión de que hay mucho peligro en la calle,
pero igualmente hay bastante peligro en las casas donde se vive.
LOS PERSONAJES
SAULO: Hombre de edad mediana. Un trabajador pobre de cualquier ciudad
de América Latina.
DUILIO: Un vecino que presta herramientas y no las devuelve.
RUBÍ: Una mujer joven con bastante osadía.
EL NOVIO: Hombre robusto con tatuajes en todas las partes visibles de su
cuerpo, novio de Rubí.
PERLA: Vecina que acostumbra a pedir prestada una taza de azúcar a
Saulo.
PRIMERA PARTE
SAULO
Esta vecindad está plagada. Llevo viviendo
aquí tres años y apenas me doy cuenta de que todos están medio locos. Tendré
que mudarme otra vez. Quizás en la próxima vecindad me vaya mejor con los
vecinos. Por cierto que lo mismo pensé hace tres años atrás cuando me mudé de
la otra vecindad, donde tuve que salir corriendo debido a que una noche le
hicieron cuatro agujeros a punta de tiros a la ventana de mi cuarto. Entonces
hacía un par de años atrás cuando tuve que marcharme de otra vecindad donde los
ratones acabaron con el único traje elegante que tenía –bueno, dizque
“elegante”. Es como un círculo. Voy de un lugar a otro y alguna cosa o varias
cosas malas me están aguardando. Razón tuvo Cristo al afirmar que el rey de
este mundo es Satanás. No puede ser de otra manera: La maldad está en cualquier
lado donde uno mete la cabeza. Si no fuera porque tengo a mi madre viva allá en
Pénjamo, yo no tendría ánimos de seguir adelante en este mundo. En realidad,
como dice una canción por allí: “No vale nada la vida, la vida no vale
nada”. Quizás alguna vez me vaya mejor. Aunque creo que lo mejor para mí será
el día en que se acabe el círculo de las vecindades. Pero ¿cuándo llegará ese
día? Seguro que con la muerte.
DUILIO
(Entrando)
Buenos días, señor Saulo.
SAULO
Buen día, señor Duilio.
DUILIO
Menos mal que lo veo, señor Saulo.
Estoy necesitando que me preste un destornillador. Es que la puerta del cuarto
está rozando con el piso.
SAULO
Sí, pero antes de que le pueda dar prestado el
destornillador, primero me debe devolver el alicates y el martillo que le
presté hace unas dos semanas.
DUILIO
Ah, sí, sí, señor Saulo. Ya se los traigo. Con
permiso.
(Se retira)
SAULO
Si no se hace así, uno se va quedando sin
nada, y puede que llegue el día en que se salga a la calle en los meros
calzoncillos.
RUBÍ
(Entrando)
Hola, don Saulo.
SAULO
Buen día, Rubí.
RUBÍ
¿Qué hace usted por acá pensando en voz alta?
SAULO
Bueno, amiga, pensando en cosas sin
importancia.
RUBÍ
Menos mal que lo veo, don Saulo. No sé
si es tan amable y me presta unos 100, ya que no tengo para irme al trabajo.
SAULO
Ahorita no tengo. Lo siento. Y, a propósito de
dinero, me debes 100 de la otra vez.
RUBÍ
Es que he tenido algunos gastos, pero a fin de
mes le prometo que se los pago.
SAULO
Cada vez que me ves me dices lo mismo. No sé
cuántos fines de mes me has prometido.
RUBÍ
(Acercándose a Saulo)
Bueno, don Saulito. Tenga un poquitín
de paciencia. Yo le pagaré
(Le pasa la mano ligeramente por el cierre del
pantalón)
SAULO
(Se mueve algo nervioso)
¿Qué insinúas, mujer? ¿Acaso me quieres pagar
en especies?
RUBÍ
Ay, don Saulo. ¿Qué me cuesta a mí llegarle a
usted a su cuarto esta misma noche cuando ya no haya moros en la costa? A fin
de cuentas, usted vive solo, ¿no?
SAULO
¿Estás loca? ¿Me quieres meter en problemas?
¿Acaso dejaste de la noche a la mañana al novio gigantón ese que siempre viene
a buscarte en una moto?
RUBÍ
No, no lo he dejado aún. Pero no se enrolle
por eso. Donde come uno, comen dos y hasta tres.
SAULO
No, querida amiga. No quiero que el gigantón
ese me vaya a fracturar las costillas un día de estos por estar aprovechándome
de su novia. Mejor me pagas los 100 que me debes. Es posible que un fin de mes
de los que vienen pueda ser un gran día, me lo plantearé así. Además, eso de
andar enredándose con mujeres ajenas es algo que no tiene sabor. Pórtate bien.
RUBÍ
Está bien. Disculpe. No pensé que
se fuera a ofender. Tranquilo que pronto le pagaré.
Se oye una moto que se detiene. Entra el novio de Rubí.
EL NOVIO
Buenos días.
SAULO
(A la vez que Rubí)
Buenos días.
RUBÍ
¿Qué tal, querido?
EL NOVIO
Muy bien, amor. ¿Y tú?
RUBÍ
(Abrazando y besando al novio)
De maravilla. Conoce a mi vecino, don Saulo.
EL NOVIO
Mucho gusto, Fernández.
SAULO
El gusto es mío. Saulo Burgos, para
servirle.
RUBÍ
A don Saulo lo veo como si fuera mi padre, y
creo que es la única persona amable que vive en esta loca vecindad.
SAULO
Ni tanto, Rubí. Lo amable como que cada día se
me va gastando como si se tratara de un hielo que se derrite.
RUBÍ
(Tomando al novio del brazo)
Bueno, mi amor. Vámonos. Necesito ir a la
tienda de cosméticos a comprar algunos maquillajes.
El NOVIO
Hasta luego, don Saulo.
SAULO
Que les vaya bien.
Rubí y el novio se retiran. Una moto suena en la calle.
SAULO
No es que la gente de ahora es más
desordenada, la gente es así desde siempre; si no, en la antigüedad no hubiera
existido Sodoma y Gomorra. Si Caín mató a su hermano Abel, ¿qué cosa rara no
puede hacer una loca como esta que acaba de salir? Por cierto que el novio que
tiene se parece a un luchador de sumo y tiene tatuajes quizás hasta en el ojo
del chiquito.
PERLA
(Entrando)
Ay, don Saulo. Qué bueno que lo veo en el
pasillo. Vengo a ver si me hace el favor de prestarme una tacita de azúcar.
SAULO
(Sacando una bolsa de su chaqueta)
Tome, pues, doña Perla. Ponga su tasa
para llenársela.
PERLA
Oh, don Saulo. ¿Cómo es que carga una bolsa de
azúcar en la chaqueta?
SAULO
Bueno, doña Perla. Pensé que usted vendría
como siempre a pedirme una tacita, y entonces decidí traerme la bolsa desde la
cocina. Como para no hacer el viaje.
PERLA
Ah, ya veo. Bueno, muchas gracias. Le
aseguro que a final de mes, cuando vuelva mi marido, le repongo el azúcar.
SAULO
No se preocupe, doña Perla. Me dijeron
que su esposo tenía varios años de haberse marchado; dizque salió corriendo un
día del mundial de fútbol gritando: “¡Goooool!”, y desde esa vez no volvió a
aparecer. Por lo tanto, como ya son varias decenas de tasas de azúcar, creo que
le puede salir muy caro al hombre –si es que vuelve a dar la cara por aquí,
¿no?
PERLA
Ay, Dios mío. Qué pena con usted, don
Saulo. Y qué chismosos estos vecinos. Es verdad, mi marido se largó hace
tiempo. Y lo peor del caso, alguien me dijo que se puso a vivir con un
trasvesti; uno de esos tipos que se creen mujeres.
SAULO
Si eso es así, no se dé mala vida por
ese tipo. No vale la pena vivir con un degenerado. Imagínese, se enamoró de
otro hombre. Como dicen allá en mi pueblo: Se perdió la cosecha.
PERLA
Bueno, don Saulo. Con permiso.
SAULO
Bien pueda. Y si va a hacer café, por lo menos
bríndeme de una tacita; quizás así le perdono la deuda de las otras tasas de
azúcar.
PERLA
Con gusto. En unos minutos se la traigo.
(Se retira)
Duilio pasa en puntillas de un lado a otro detrás del escenario,
escondiéndose de Saulo.
SAULO
Así es la vida en esta vecindad. Quizá
en otras vecindades es mejor. O quizá en otras es peor. Parece que la gente es
igual en todas partes. Parece que las historias son las mismas, tan solo que
las caras son distintas.
SEGUNDA PARTE
Saulo viene de la calle.
SAULO
Deben ser como las once la noche. La calle se
volvió muy peligrosa. Allá en el bar donde jugaba dominó con unos amigos, a un
tipo le metieron en la boca una pistola y lo amenazaron de muerte. El de la
pistola lo llamaba tramposo y le mencionaba la que lo parió y a otros
parientes. El amenazado tuvo que devolver a la fuerza la plata que se había
ganado en las cartas. Incluso creo que entregó todo lo que tenía. Por poco se
le salen los ojos al pobre pendejo, y por poco nos hicimos en los calzoncillos
los que mirábamos la escenita. Pero para mí, el asunto no terminó allí. Como a
unos 300 metros desde aquí un malandro me puso en el cuello un cuchillo de los
que salen en las películas de Rambo; de esos que casi alumbran en la oscuridad,
afilados y aserruchados por detrás. El tipo me quitó los tres billeticos que
cargaba en la cartera y el reloj “made in China” que compré en la zona franca.
Tomó mi teléfono celular, lo observó por un instante y dijo: “La cagada de
celular que carga este huevón”, y, en vez de robármelo, lo lanzó hacia un
basural que suele haber al lado de la calle. El tipo se fue y yo tuve que
revisar entre la basura. Encontré el teléfono, aunque agarró un olor podrido.
En fin, llego a la conclusión que cualquier lugar puede ser peligroso para
estar o para vivir.
Se oye una moto que se detiene en las afueras.
RUBÍ
(Entrando y acomodándose la cabellera)
Hola, don Saulito.
SAULO
Hola, Rubí.
RUBÍ
Qué noche tan bella y estrellada. Qué
luna tan bella ¿Verdad?
SAULO
Sí. A pesar de todo, la noche es bella. ¿Y tu
novio?
RUBÍ
¿El gigantón de aquella vez?
SAULO
Claro. No sé si tendrás otro. Como
andan las cosas hoy en día, las mujeres cambian de marido como de camisa.
RUBÍ
Con ese ya terminé. Pero hay dos más
que andan detrás de mí como perros de cacería.
SAULO
Es porque tienes el encanto de la
juventud, por no decir otra cosa.
RUBÍ
¿Cuál es la otra cosa por decir?
SAULO
La belleza.
RUBÍ
Muy amable, Saulito. Y, a propósito de ese
piropo que suena tan especial, ¿por qué no vamos a su cuarto para finiquitar la
deuda que tengo con usted?
(Se le acerca a Saulo y le toca otra vez en el
cierre).
SAULO
(Mirando hacia el público)
Creo que las mujeres son
una mierda. Saben muy bien que los hombres somos débiles y vulnerables como
bebés, y se aprovechan de nosotros. No sé si esta misma noche me mata algún
malandro o no sé si mañana. De todas maneras, tarde o temprano de alguna cosa
fea tiene que morirse uno. Me da pena con Dios y con este público que me
escucha, pero, por tratarse hoy de mi cumpleaños, me voy con esta chica.
Vámonos, mi amor, que la noche es tan corta como la vida misma.
(Toma de la mano a Rubí y se retiran apurados).
FIN
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